Me enamoré apenas la vi. Era la criatura más hermosa de la tierra y esa noche vestía un polo que decía Kick me. El contraste era perfecto: nadie sería capaz de patear a una diosa. Al poco tiempo nos mudamos juntos y por meses gozamos de un amor que nos arrojaba de una pared a otra en el minidepartamento. Yo la idolatraba, la vestía, le daba dinero, y los domingos le llevaba el desayuno a la cama, esos domingos en que despertaba pensativa y melancólica. Una tarde llegué temprano a casa. Escuché gritos que venían del dormitorio: un hombre la pateaba en el suelo, una y otra vez. Saqué mi revolver y abaleé al tipo. Ella se abalanzó sobre el cadaver y se echó a llorar. La separé del muerto y la abracé. Ella se calmó y me quitó despacio el revolver de la manos. Me disparó.