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lunes, junio 05, 2006

Ayer voté. Caminaba a la cabina lamentándome intentando dar humor a la situación. Cuando miré la cédula, desenfoqué un poco la vista, marqué muy suave la cara borrosa del hombre al que ya había elegido. Seguí bromeando sobre el asunto, pero sentía que sucedía algo, un hecho abstracto y patético se conducía en el aire.

La mañana pasó tranquila, la tarde empezó sin sobresaltos. A las dos prendí el televisor para ver una gran película: Alice de Allen. Cuando acabó ya habían dado los resultados. No me sorprendieron, no me alegré, no sentí ningún alivio. Algo así como cuando ya sabemos que el equipo está eliminado, juega un partido más y gana.

Más tarde salí con mi tío a tomar un café al árabe de Diagonal. Mi tío es un tipo brillante, muy brillante, y excéntrico, muy excéntrico. Diás anteriores había discutido con dos grupos de amigos sobre como hacer que el Estado tenga más plata, quien debe manejar esa plata, o como hacerla manejable, para que se le generen más oportunidades al excluído. No llegamos a ninguna salida clara. Se necesita conocer muy muy bien los detalles para dar una con seguridad.

Le plantié a grandes rasgos las dudas y posibles salidas que había recogido hasta entonces. Mi tío, que al parecer tenía las cosas un poco más claras pero tampoco manejaba muchos detalles, fue anulando cada una de las salidas con humor aludiendo varias cosas, algunas dscutibles, pero todas con cierto sustento. Me fue mostrando un entorno escarpado para el país y el futuro negro. Le dije "entonces no hay salida". Sonrió. Salió con la idea, brillante por ocurrente más que por indiscutible, de exportar personas, bajar el precio del pasaporte, que migraciones promueva las salidas, aprender de México que le da un manualito a los que se van para que sepan como mandar plata al país, que si es posible, ya varios países de Centroamérica viven de mesadas.

Me reí poco. No dije nada.